El pasado 8 de agosto se apagó la evangélica voz denunciante de Pedro Casaldáliga. Desde CEMI experimentamos la tristeza de la pérdida, y el orgullo de participar con él en una Iglesia que no ha dejado de alzar su voz contra la injusticia. La Iglesia latinoamericana posconciliar ha disfrutado, desde las conferencias de Medellín y Puebla, de un amplio catálogo de obispos ejemplares en este sentido. Y no solo en Brasil, como el también poeta Hélder Cámara. Porque así fueron nuestro querido Óscar Romero, en El Salvador; o el humilde Leónidas Proaño, en Ecuador. Junto con otros muchos pastores y fieles anónimos que han intentado, como queremos continuar haciendo hoy, acercar las primicias del Reino.

Al final del camino me dirán:

— ¿Has vivido? ¿Has amado?

Y yo, sin decir nada,

abriré el corazón lleno de nombres.

Este conocido poema cobra, con motivo de la muerte de su autor, un sentido renovado, y nos vuelve  a invitar a detenernos ante cada rostro, a pausar nuestra marcha y, en estos tiempos de pandemia, a que la “distancia social” sea solo física. Queremos seguir construyendo sociedad, viviendo comunidad, llenándonos el corazón de nombres.

No glosaremos aquí la biografía de Casaldáliga, ampliamente difundida en los medios, y de cuyo testimonio bebemos. Pero sí invitamos a la lectura pausada de su obra poética, disponible de forma libre en la web. Es difícil elegir entre sus versos, pero en estas fechas de despedida, cuando le deseamos plenitud cumplida, recogemos cómo describía, hace ya unas décadas, “el paraíso”, título de este sugerente soneto:

No anhelamos comer la fruta vana.

Hijos de barro y libertad, nosotros,

en la común desolación humana,

no queremos ser dioses, sino otros.

Queremos ser y hacer hijos y hermanos

sobre la tierra madre compartida,

sin lucros y sin deudas en las manos,

sueltos los ríos claros de la vida.

Libres de querubines y de espadas,

queremos conjugar nuestras miradas,

todos iguales en el nuevo edén.

Y en los silencios de la tarde honda

sentir Tu paso amigo por la fronda

y el aire de Tu boca en nuestra sien.

Descansa en paz, hermano Pedro, nosotros llevaremos también, siempre, tu nombre en el corazón.

 

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