El COVID-19 ha atacado con especial dureza a CEMI. Estos son los testimonios de 3 miembros de CEMI, de distintas comunidades, que han vivido la fe desde un respirador, la muerte en soledad de un ser querido y sentido en propia carne que nada de lo humano nos es ajeno.

“La fe es nuestra fuerza contra el miedo”

No resulta fácil escribir sobre las experiencias personales vividas en el seno del propio matrimonio una vez afectados por el COVID-19. Si no fuese por las secuelas que quedan, tendemos a olvidarlas y a quedarnos con las mejores vivencias.

Casi con seguridad, el virus nos afectó a un grupo de amigos el 29 de febrero durante una comida de celebración de cumpleaños en un restaurante de las afueras de Madrid. Éramos dieciséis comensales, la mayor parte del grupo de senderismo “Mira donde pisas”, muchos vinculados a la Familia Marianista, de los cuales siete u ocho personas, a partir del 9 de Marzo, acabamos ingresados en los hospitales de Madrid con resultados positivos del COVID -19.

Para cada uno de nosotros, las afecciones y consecuencias han sido de diferente gravedad. Desgraciadamente, Casimiro Juanes falleció en el Hospital de la Princesa, en plena crisis sanitaria, sin poder acceder su familia para acompañarle en sus últimos momentos. Otros han estado ingresados en las UCI´s durante al menos dos semanas y hospitalizados hasta 109 días, como ha sido el caso de Manolo Gómez de Parada. Algunos hemos estado hospitalizados en Planta, y el resto convalecientes en sus propias casas.

Posteriormente fueron ingresando en diversos hospitales el consejero religioso de CEMI Diego Tolsada y varios de sus miembros: Guillermo Ontañón y Pilar Nasarre, Manolo Ontañón, Tomasi Ruiz, y Miguel Calleja, que falleció pocos días después de su hospitalización. También nuestro amigo Luis Ortega, vinculado a las celebraciones de CEMI en el Chaminade y que dirigía el coro de las misas de 12 del Colegio Mayor, falleció en esos días iniciales terribles de marzo.

Si a ello añadimos la cuarentena prescrita y el confinamiento, la situación que hemos padecido en nuestras comunidades es todo un reflejo de lo que ha sufrido nuestra sociedad durante varios meses.

Nuestra experiencia es que hemos vivido algo sin precedentes en la historia personal de cada uno y que parecía impensable tan solo hace unos meses.

Luis, antes de entrar en la habitación para ver a María

Ciertamente, la situación de María, mi mujer, fue muy grave. El 10 de Marzo, después de un periplo angustioso por tres hospitales privados, María acabó ingresando en el Hospital de La Princesa. Eran fechas en que todavía no se había establecido el concierto de la sanidad pública con la privada para atender los casos de la pandemia COVID-19. Recordaba y me reconfortaba en esos momentos la imagen de María y José buscando alojamiento para dar a luz a su hijo Jesús de Nazaret.

La estancia de María en la UCI duró 14 días. Su recuerdo es nebuloso, se encontraba muy mal, tenía miedo y a la vez poca información. El aislamiento le dificultaba entender la situación. Me confesó que le costaba rezar, no sentía fuerza y sólo le salía repetir “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”. Recuerda que en algún momento se encomendó al P. Chaminade y a José Antonio Romeo. La salida de la UCI a Planta le resultó muy dura. Estaba angustiada y pedía salir del hospital; no podía andar y se sentía muy débil. Poco a poco, fue recuperando fuerzas y ganando confianza en el personal sanitario, cuya atención profesional fue excelente. En las habitaciones se vivía un ambiente tenso, a veces con cierto pánico por parte de las enfermeras y celadores ante un posible contagio. Las medidas de protección fueron incrementándose día a día. A María la cambiaron de habitación varias veces, lo que le permitió compartir su situación con otras tres enfermas (una filipina, una cubana y otra española), cuya disposición ante la adversidad y falta de medios fue ejemplar.

En esta situación, hemos tenido unas vivencias providenciales, donde hemos visto la huella de Dios.  En primer lugar, la visita de nuestro hijo Juan, recién llegada María a Planta, para entregarle el cargador del móvil, único medio de comunicación con el exterior, y anunciarla que los médicos diagnosticaban una apreciable mejoría. A partir de ese momento, las visitas frecuentes de tres jóvenes sanitarias del hospital, conocidas por distintas vías, animaban y fortalecían a María; eran como ángeles que aparecían inesperadamente, robando generosamente a su tiempo de descanso después de un trabajo agotador. Asimismo, los mensajes, oraciones, videos, canciones y poesías recibidos, junto con el deseo de recuperación, suponían un gran aliento. Por último, la obtención por mi parte de un permiso especial, una vez hecha mi cuarentena y con un segundo test con resultado negativo, hizo posible que, durante las últimas semanas,  pudiera visitar a María por las tardes, lo cual exigía ponerme los EPI´s (equipos de protección individual)..  

Desde fuera vivimos la situación con angustia, en particular por las noticias que, durante su estancia en la UCI, se nos transmitían telefónicamente una vez al día, ya que no estaba permitido a los familiares el acceso al hospital. Durante los primeros días, las noticias eran muy breves a la vez que preocupantes. Sin embargo, en la familia se mantenía una contenida serenidad, siempre con la esperanza puesta en Dios y rogando al Espíritu infundiese sabiduría y fuerza al personal sanitario, al que estábamos permanentemente agradecidos. Personalmente, con la fuerza de la fe y el apoyo de la oración, me sentía dispuesto a aceptar cualquier desenlace, pero, gracias a Dios, no tuve que contrastarlo con la realidad.

Recibí un gran soporte espiritual y material por parte de mis hijos, del resto de la familia y de amigos. Todos nos sentíamos solidarios con tantos enfermos y familiares que estaban sufriendo las consecuencias de la pandemia. La oración de súplica, sustentada en la fe de muchas personas próximas, nos daba fortaleza. Por iniciativa de uno de los hijos, construimos una auténtica cadena de comunicación en la que transmitíamos diariamente las noticias que nos iban llegando sobre el estado de salud de María, al mismo tiempo que llamábamos a la oración o al recuerdo agradecido. Fue un medio que, según algunos testimonios recibidos, nos unió muchísimo desde el silencio interior de cada una de las varias decenas de personas que recibían nuestros partes. ¡Cuánto dolor se siente pensando en las personas que no tienen esa red de apoyo!  

Los 55 días de estancia de María en el hospital se hicieron largos, aunque, desde la subida a Planta, vivíamos con paciencia y esperanza su lenta pero progresiva mejoría. Sin embargo, el coronavirus y la prolongada estancia en la UCI, en unos momentos en que los recursos sanitarios se encontraban al límite, le ha dejado dos secuelas de importancia que requieren varios meses de curación y rehabilitación.

Un «ángel», nieta de Manolo y Lolita, visitaba frecuentemente a María.

Este período coincidió con los primeras semanas del estado de alarma que nos obligó a un intenso confinamiento, que todos, mayores y pequeños, hemos sufrido, de una manera o de otra. Era angustioso pensar en las personas mayores, calificadas de alto riesgo, y en las familias con hijos pequeños que, en el mejor de los casos, recibían clases on-line. Se recurría al teletrabajo como si fuese la piedra filosofal, que muchos tenían que compartir con la atención a los hijos, con las consiguientes dificultades. Hasta la Iglesia puso en marcha celebraciones de la Eucaristía a través de internet.

Al mismo tiempo, surgían motivos para la solidaridad. La población aplaudía cada noche, con entusiasmo, a los sanitarios que, en su inmensa mayoría, han dado muestras de entrega sin descanso y de gran profesionalidad. Los vecinos más jóvenes se ofrecían a los mayores para hacerles la compra. Instituciones y colectivos han repartido alimentos y ropa a muchas personas que se han quedado sin recursos. Empresarios y sindicatos han acordado medidas para paliar la difícil situación laboral sobrevenida.

Tanto a nivel de CEMI como de nuestra pequeña comunidad nos hemos reunido en los últimos meses vía “Zoom” compartiendo nuestras vidas. En la última reunión, ya presencial, al analizar la situación derivada de la pandemia del COVID-19, coincidimos en la necesidad de una actuación responsable, que la fe es nuestra fuerza contra todo miedo, y que hay que mantener la confianza en Dios, así como ser conscientes de nuestros privilegios, agradecer todo lo bueno recibido y replantearnos, ante esta situación, cuales son  las prioridades y lo esencial de nuestra vidas.

Luis Paradinas

Comunidad Tomás Moro

“He quedado empapado de humanidad y gratitud”

Nunca pensé que me fuera a contagiar. ¡Hasta ahí llegó mi estupidez! Empujado, casi materialmente, por mis hijas, acudí a urgencias en la madrugada del 19 de marzo, fiesta de San José. ¡Qué buen acompañante, sin duda!

“Que te hagan una placa”, me advertían mis hijas de manera imperiosa. Y claro, me la hicieron. Y cuando esperaba un diagnostico favorable y que me enviaran a casa para seguir tratando mis décimas con paracetamol, vino, sin embargo, el resultado inesperado. “Ha de ingresar, tiene Vd. neumonía bilateral.” Eran las 5 de la mañana. Tocaba esperar y rezar. El espectáculo a mi alrededor era desolador. Gente tronchada, abatida, atendida por los profesionales sanitarios como mejor podían, pero sin escucharse de ellos ni una sola queja. Sólo toses y más toses. Y paciencia y fe en aquellas manos milagrosas. Acabé ingresado a media tarde en el hospital de Fuenlabrada. Tenía la convicción de que saldría de allí pronto y bien. Y así fue. El día 28 de marzo me dieron el alta y salvo 48 horas de inapetencia absoluta que me debilitaron mucho, apenas sufrí.

Durante mi estancia me sentí atendido por la providencia de Dios a través de las manos de aquellos profesionales sanitarios que me dispensaron una magnífica atención, llena de cuidado, cariño y esmero. Y, cómo no, de los innumerables mensajes de ánimo y cariño que recibí de mi familia, de mis amigos y de los chavales de los grupos de jóvenes, que se volcaron en hacerme llegar su proximidad y cercanía. “Estamos contigo. Tú puedes. El Señor te acompaña. Inolvidable experiencia que me desbordó, sacándome con frecuencia lágrimas de emoción y gratitud por todas esas personas que Dios había puesto en mi vida.

Inolvidable, igualmente, mi salida de la habitación para abandonar el hospital cuando me dieron el alta. A lo largo de un prolongado pasillo, a ambos lados, me esperaban todos los sanitarios que estaban en aquel momento, para darme un emotivo aplauso de despedida jubilosa durante todo mi recorrido entre ellos. Quedé empapado de humanidad y de gratitud. Espero poder transmitirla con la misma generosidad.

El Covid me mostró que la providencia sigue obrando también en el sufrimiento, que no nos abandona, aunque a veces lo parezca, y que como escribe San Pablo a los Romanos (8-28) “sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”.

Manolo Ontañon

Comunidad Faustino

“El Espíritu Santo está a mi lado”

Salud Guillén ha vivido una experiencia que, desgraciadamente, se ha repetido en esta pandemia numerosas veces. Su marido, Miguel Calleja, falleció afectado por el coronavirus el 21 de marzo. Sin despedidas, sin velatorio. Salud ingresó en un hospital unos pocos días después con neumonía y dar positivo en las pruebas de COVID-19.

“He recibido en estos momentos durísimos una ayuda tan especial que no sabría ni cómo describirla. Sin esa ayuda nunca habría podido tener ni la fortaleza que me ha hecho falta ni hubiera podido salir adelante. Para mí, el Espíritu Santo y los ángeles han sido imprescindibles. Ellos me han apuntalado en los momentos peores. Ahora, ya una vez superada la enfermedad, paso días buenos y días malos, pero siempre tengo la sensación de tener al Espíritu Santo y a Miguel al lado. Sigo pidiendo constantemente su ayuda y sobre todo me apoyo en la fe. Sé que es un don que si lo recibes no tiene precio”.

Salud Guillén

Comunidad En Común

 

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