En esta sección de la página web nos hemos propuesto escribir un artículo mensual sobre realidades que “nos mueven”. El artículo de este mes iba a estar dedicado a Emalaikat (https://fundacionemalaikat.es/), de la que sin duda hablaremos en un futuro próximo. Porque la vida, como siempre -esta vez en forma de pandemia-, insiste en cambiar nuestros planes. Nos movemos, sí. El río se hace de la interacción entre el agua y el cauce. Y la existencia, de nuestro interactuar con el mundo. Un mundo que, de pronto, se nos muestra muy diferente: estamos confinados. Aunque nuestro confinamiento de agua caliente e Internet, de paseos al perro y supermercados sobreabundantemente surtidos, no es el mismo que el de la precariedad y el toque de queda latinoamericano, o el de la pobreza y hacinamiento de tantas realidades de exclusión social en nuestro entorno.

                En un correo reciente, la junta directiva de CEMI recordaba una sugerente imagen de globalidad: la de los miles de toneladas de polvo del Sahara que atraviesan el Atlántico aportando fósforo que alimenta al plancton oceánico y acaba contribuyendo a la fertilización de la selva amazónica. Compartiendo el confinamiento con un tercio de la población mundial, nuestra experiencia nos ofrece nuevos ejemplos, como la enorme cantidad de escolares de todo el planeta con las clases suspendidas, o la intensa disminución de los niveles de contaminación a consecuencia de la reducción de la actividad humana. O también el desabastecimiento mundial de un corriente fármaco antirreumático fruto de un desafortunado tuit del presidente de EEUU afirmando que podía ser la revolución en el tratamiento de la infección por COVID-19 que nos azota. Estamos íntimamente conectados, y en esta era de las telecomunicaciones, lo experimentamos más que nunca. Sepamos pues, como nos recuerda Pablo, alegrarnos con los que están alegres, y llorar con los que lloran. Incluso desde la distancia física que nos impone el confinamiento.

                Así pues, vamos a movernos. Pero, en primer lugar, hacia nuestro interior ¿O ajetreados como Marta, incluso sin salir de casa, nos falta tiempo para sentarnos como María? ¿Seremos capaces de detener, siquiera por un rato, el bullicio de televisiones, ordenadores, teléfonos, tabletas…? ¿Seremos capaces de acallar un momento los ruidos internos, mucho más estridentes que los que nos rodean?

Y en el silencio, trabajosamente alcanzado, tal vez podamos releer el cántico de Ezequiel: “os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 26). Qué maravilla ese nuevo corazón, nos diremos… pero ¿toleraremos el “trasplante”? ¿Soportaremos vivir con un corazón de carne, frágil y compasivo? Jesús de Nazaret nos invita a hacerlo. A bajar, como Zaqueo, de la higuera en la que nos subimos a mirar sin mancharnos. Y la compasión nacerá de la apertura del corazón a la realidad que nos rodea. De la rotura de la cáscara de piedra que le impide latir. Eso duele, seguro: la luz ilumina, pero también quema ¿Podremos dejar al fuego arder? Las comunidades CEMI hemos querido siempre alimentarlo.

 

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